Un mundo para Teo

jueves, junio 28, 2007

Al fin, al fin, al fin...

Su gato estaba sobre el libro. La tapa del libro estaba plastificada. Miró al gato para ver si estaba dentro de la casa. Cerró la puerta. Caminó. Caminó hacia el cine. Pagó su entrada. Miró el interior. Eligió asiento. Se sentó. Pensó. Se acomodó. Escuchó una canción. Se apagaron las luces. Comenzó la película. Deseó que terminara. Se entusiasmó. Pensó. Terminó la película. Sonrió. Sonrió en la calle, por varias cuadras. Se tomó un café. Solo. Caminó po varias cuadras. Se cuestionó si era necesario. Pateó una caja. No estaba enojado. Se preocupó otra vez. Se encontró con un amigo. Fueron a beber. Se emborracharon. Bailó. La encontró. La vió. La evitó. La evitó. La evitó. La evitó. Se encontraron. Conversaron. La miró. La negó. La negó.La negó.La negó.La negó. Ella le tomó la mano. Otra vez. Seguían conversando. Le dijo que iba al baño. Mintió. Y salió. Por fin.

miércoles, junio 13, 2007

Estaban las palabras que nunca dije.

Y en la carta que escribió le explicó con claridad que es lo que pensaba. En persona, nunca. Nunca más le vería la cara; nunca más lo vería a los ojos. Dijo, no, no más. No permitiría que la tomara de la mano y le explicara con algunas palabras que algo podía pasar. Nunca confió en lo que decía. Siempre quiso dejar de especular sobre lo que ocurriría. Muchas veces comenzó a elaborar la carta, muchas veces la escribió, y otras tantas botó. Se detenía en la calle, se sentaba en el banco de una plaza; buscaba cómplices, buscaba gente que le explicara que le pasaba. Buscaba gente que le dijera basta ya. Contó de eso a sus amigos, sus amigos callaban. Dejó cosas botadas en la calle, cosas que le recordaban su ser. Pasaba otra vez por el mismo lugar y nadie quería hacerse cargo de lo que sentía. Nadie le dijo, no, no más. Tomó por última vez el lápiz, botó finalmente el teclado y escribió que comenzaría la procesión del corazón negro.