Un mundo para Teo

miércoles, junio 25, 2008

No es usual

"Yo tenía doce años la primera vez que anduve sobre el agua".
Así es como empezó a contar su historia. Al principio me pareció una historia de un hombre, pero al avanzar las horas y sus palabras me sorprendí al ver que era una mujer la que contaba esa historia, no es que piense que no puedan hacer eso, pero es que nunca había escuchado un deseo así de una mujer.
Seguí poniéndole atención mientras contaba su historia, de como poco a poco comenzó a surgir la idea de flotar, de querer separarse de la tierra, sin saltar al abismo que la estaba esperando.
Una vez que tuvo ese deseo el abismo desapareció y la tierra volvió a ser plana e infinita. Decidió que no volvería a mirar hacia abajo, desde entonces sólo mira hacia adelante, para caminar, y hacia arriba cuando vuela.
Obviamente no contó como lo hacía, y tampoco nadie le preguntó, ya que por supuesto nadie creyó. Excepto yo.
Avanzada la noche quedamos cerca, nunca me hubiese atrevido acercarme a ella, ni menos dirigirle la palabra, pero siempre hay un momento en la noche cuando las cosas van a pasar, en que asentir en lo que otra persona dice mirándola a los ojos, es suficiente para que la conversación duren toda la noche.
Así ocurrió y así fue como me di cuenta que yo nunca iba a volar tanto como ella.

Cuando los demonios golpean la puerta

Un departamento, televisor, encendido. Afuera, nubes cubren el cielo. Es invierno, tendido en la cama, a veces se para a mirar por la ventana. Aunque hace frío la gente sale a caminar.
Vuelve a las sábanas.
No sabe si bajar a caminar con el resto. No sabe si tomar el teléfono.

Ayer estuvimos juntos y casi no dijo nada. Había más personas, donde F. me saludó, conversamos algunas cosas. Siempre voy donde está. Quiero estar a su lado, espero toda la semana par ver que está cerca de mí.

Más tarde estaba tomando café y tostadas. Entraron unos amigos. Se sentaron en la misma mesa. Sólo escuchó sus vidas como son durante la semana y sus propias preocupaciones. No suele envidiar la vida de los otros.

Los domingos en la tarde siempre han sido los días de las recurrencias.